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TURISMOFOBIA Y NACIONALISMO

Tourist bus south of Chennai

Si alguien tuviera alguna duda sobre la naturaleza intrínsecamente reaccionaria del nacionalismo identitario, las violentas acciones de sus más estultos representantes contra autobuses y visitantes deberían descorrer el último velo de sus ojos, si no se es tan sectario y fanático como ellos. Es normal plantearse qué modelo turístico se busca y cómo limitar los efectos secundarios indeseados en algunos lugares concretos, pero no lo es clamar por limitaciones sin plan alguno o emprender acciones violentas contra cosas y personas.

No nos engañemos, los pretextos ecologistas y populistas que se blanden son en gran parte incoherentes y contradictorios, porque la verdadera razón del dislate es nuevamente el nacionalismo en su peor encarnación, es decir, el nacionalismo identitario. Lo demuestran los grupos que a los ataques se dedican, punta de lanza de los solemnes popes de la clerecía nacionalista, reencarnación de los clérigos carlistas justamente en las mismas regiones (como bien decía un inteligente artículo de Víctor Lapuente en El País del 15/8/17).

Igual que los retrógrados del siglo XIX, que deseaban volver a los fueros medievales con la monarquía absoluta, los nacionalistas actuales, pero no modernos, han creado una fantasía más pseudomedieval que la de “Juego de tronos” en la que sus regiones están purificadas de elementos alógenos: una sola lengua, una sola bandera, un solo folclore obligatorio y unos mitos propios exclusivos y excluyentes. En este esquema, inmigración, turismo, cosmopolitismo e internacionalismo son conceptos molestos cuando no claramente subversivos.

El turismo trae dinero, pero también muchos trabajadores “forasteros” indeseados por no pertenecer a la que se quiere definir como etnia aparte, obliga a adaptarse, a contemporizar y a encontrarse con muchas personas a las que la clerecía nacionalista detesta, abre puertas, enfín y esto molesta a los que las quieren cerrar para dejar dentro a su grey soñada, pura, incontaminada y participante al 100% de su credo nacionalista.

Carlos Espinosa de los Monteros lo deja claro en El País de hoy: sólo 50 días al año en media docena de sitios concretos sufren los peores efectos de la masificación, lo que desde luego no es bastante para empezar a pensar en reducciones drásticas y soluciones más o menos arbitrarias, pero esto tampoco importa a muchos nacionalistas que han hecho método del cuanto peor mejor. Todo tiene que estar mal para que se predique el evangelio independentista, de modo que, si algo funciona, hay que cargárselo, dar sensación de caos y desastre.

El turismo no es un problema sino una indudable fuente de riqueza que, como todas, tiene que ser sometida a regulación, pero resulta cada vez más molesto para los que quisieran restaurar su brillante pasado étnico-racial-lingüístico que nunca existió y que nunca existirá en un mundo cada vez más mestizo… afortunadamente.

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