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LIBERTAD Y CORRECCIÓN

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Según se han ido consiguiendo derechos para las personas LGTB+ y según estos derechos han encontrado progresivamente mayor apoyo, los eternos reaccionarios han cambiado de táctica para oponerse. Como saben que ya no es posible atacarlos directamente, intentan dejarlos sin contenido con un pretexto que suena muy bien: la libertad.

Precisamente en España en estos días, las iglesias evangélicas, a imitación de sus casas madres norteamericanas, intentan ganar aliados para su oposición a las leyes antidiscriminación existentes y a las que puedan venir, con el argumento de que las disposiciones legales afectan a su libertad religiosa y de expresión. Sus razones son, por supuesto, especiosas, ya que ninguna ley ataca creencias y comunidades religiosas ni les obliga a aceptar lo que no creen o consideran moral.

Su problema reside en que por definición estas iglesias se basan en doctrinas cerradas y no discutibles y que, por lo mismo, cualquier fisura informativa que pueda hacer dudar a sus fieles es rechazada con temor. Dado que las leyes reconocen la diversidad sexual y que animan u obligan a que se informe sobre la misma, desde un punto de vista científico y neutral, consideran un ataque a su “libertad” que niños y adultos aprendan que el mundo no es tan binario y que la sexualidad es multiforme, pero lo que en realidad hacen es suprimir la libertad de sus fieles, especialmente los menores, para que piensen por sí mismos.

Las leyes no atacan su libertad de seguir enseñando que la homosexualidad es inmoral o pecaminosa, pero sí la de describir a los diversos como seres demoníacos y malvados a los que odiar, perseguir o eliminar. Y aquí es donde entramos en una frontera algo turbia entre lo que es libertad de expresión e incitación al odio y, desde luego, no en todos los casos podremos distinguir exactamente. Las creencias dogmáticas no han sido nunca amigas de la libertad de expresión real para los que contrarían sus doctrinas, pero ahora la desean para seguir imponiéndolas.

El reverso de la medalla es el convertir la corrección política y del lenguaje también en dogma y entender como ataque cualquier afirmación que no guste, como consecuencia que es de la libertad de expresión.

Los que defendemos la libertad tenemos que ser muy conscientes de que también hay que respetar la disidencia, siempre que ésta sea pacífica y suponga sólo diferencia y no violencia o incitación a la misma. Desde este punto de vista, uno puede detestar que algún párroco se suba al púlpito a denunciar la diversidad sexual como inaceptable, o que algún médico siga afirmando que la homosexualidad es una desviación curable, pero depende de cómo y con qué lenguaje no es posible prohibir o perseguir judicialmente tales manifestaciones.

Por supuesto que si un padre quiere obligar a su hijo gay a sufrir una “terapia de conversión” y la ley se lo prohibe, no estamos atacando la libertad del padre, sino defendiendo la del hijo, pero no podemos impedir que alguien siga escribiendo que estas falsas terapias funcionan, para eso están los profesionales que se lo rebatirán con pruebas.

La libertad es una planta delicada y sufre tanto por interpretaciones que la pervierten como por un exceso de corrección que la ahoga. Cuidémosla.

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