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LA EDAD NO ES UN ENFERMEDAD

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A estas alturas, y cuando tanto se ha luchado por suprimir discriminaciones diversas, resulta sorprendente que aún permanezcan en disposiciones legales o meramente administrativas un sinnúmero de normas que plantan obstáculos impasables por motivos de edad. Puede ser un límite arbitrario para presentarse a oposiciones, la obligatoriedad de jubilarse (sin júbilo) en cuanto se cumplen unos años, la exclusión de determinados tratamientos por vejez, etc. Nunca se criticará bastante esta peculiar ceguera legal y administrativa que introduce una rigidez más en una sociedad no exenta de ellas, una dificultad más que contribuye no poco a la infelicidad colectiva.

Estas medidas pueden haber sido pensadas en su momento bien para proteger intereses corporativos, bien porque en tiempos de mucha menor expectativa de vida y peor salud general se vieran como favorables, pero hoy resultan simplemente discriminatorias sin grandes razones que las justifiquen.

Resulta que mientras la vida y la salud se alargan de forma espectacular, la edad parece ser tratada como una enfermedad indeseable e incurable. Esto no deja de ser una absurda contradicción, cuando se dice al mismo tiempo que la demografía pone en peligro los sistemas tradicionales de pensiones y que no es justo cargar sobre las espaldas de los jóvenes el mantenimiento de jubilados que pueden durar hasta cuatro décadas.

También se suele traer a colación el elevado paro juvenil como excusa para obligar a los mayores a dejar su trabajo, sin consideración por la pensión que puedan alcanzar, pero estamos, de nuevo, ante otra falacia. El paro juvenil es más elevado de lo que debiera, pero no se debe en absoluto a los puestos que ocupan los obligados a retirarse. En estos momentos obedece a una serie de causas concomitantes: escasa formación de una parte importante de la juventud en medio de un cambio total de paradigma que exige buena educación técnica, desempleo estructural en países como España, por falta de puestos de trabajo de baja cualificación e intermedios, sobreabundancia de titulados en ciertas carreras que nunca encontrarán trabajo en su especialidad etc. 

No se trata, como dicen algunos, de una ruptura del pacto social entre generaciones, sino de una considerable transformación de los medios de producción, anticuados sistemas educativos y la readaptación social a las aceleradas transformaciones de la economía. Cierto que nada de esto tiene una fácil solución, pero pretender arreglarlo creando más jubilados es como intentar tapar una vía de agua con una rejilla, es decir, de modo absurdo.

Podría empezarse por eliminar la jubilación obligatoria, por ejemplo, pero habría que continuar eliminando todos los obstáculos artificiales a oposiciones y en general haciendo que la edad no sea una condición oficial para nada, como no lo es el sexo, la raza o cualquier otra característica. Sabemos que habrá personas y entidades que intentarán seguir discriminando por estas causas, pero lo peor es cuando pueden hacerlo legalmente como ahora.

La edad no es enfermedad, es sólo una característica más y en la mayor parte de los casos positiva, no negativa. 

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