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AL DELITO POR LA OBSESIÓN

Siempre he considerado que el monopolio moral que se arroga la Iglesia Católica se basaba en presupuestos más que dudosos: las Sagradas Escrituras son documentos provenientes de hace miles de años y de una sociedad o sociedades muy distintas de las nuestras, pero, además, la interpretación que se ha hecho de los supuestos mandatos divinos desde hace dos milenios ha tenido menos que ver con la ética que con la autoridad de la jerarquía, la reacción ante diversos fenómenos y la voluntad de mantener una autoridad omnímoda e indiscutible en las sociedades civiles en las que podía hacerlo.

Esta Iglesia no es la única en predicar unas normas sexuales de casi imposible cumplimiento, pero se ha distinguido siempre por una fijación obsesiva con el sexto mandamiento, retorcido hasta los límites de la razón en un ejercicio que tiene más que ver con una cierta patología anti-sexual que con la inexistente “ley natural” que se pretexta para prohibir toda actividad sexual no reproductiva y mantener a los fieles en constante estado de pecado con necesidad de confesarse, ser perdonados y autodespreciarse por su debilidad, lo que los hace más dóciles y maleables, si no se rebelan.

Que los mismos clérigos que tanto reprimen hayan caído en inconfesables y graves abusos a personas indefensas como niños y adolescentes, sólo es noticia porque ahora se sabe lo que durante siglos se ha hecho a escondidas o no tanto, porque en épocas sin derechos nadie se atrevía a protestar y mucho menos a llevar a los tribunales a hombres privilegiados. Pero es sólo la consecuencia lógica de una falsa moral que ensalza la negación de un poderoso instinto como virtud y no lo pone sólo como ideal, sino que obliga a su represión desde el primer momento.

Sólo desde el pensamiento mágico y acientífico se puede creer que la virginidad o la castidad son virtudes por sí mismas, que hacen mejores a las personas y que el creador que ha puesto allí la pulsión lo haya hecho para torturar a sus criaturas.

La idea de que el sexo sólo y exclusivamente debe ir orientado a la reproducción y dentro de un matrimonio perfectamente monógamo e indisoluble no tiene, desde luego, nada que ver con “ley natural” alguna y sí mucho con las regulaciones de las que la jerarquía se ha valido para mantener su control social. Pero el reducirlo a semejante caricatura castiga a los propios clérigos que lo propalan a caer constantemente en el “vicio” y no con parejas lógicas, sino con los seres más desvalidos que tienen delante.

El sexo en los animales superiores, y el ser humano es uno, tiene muchas más funciones que las reproductivas y es un medio indispensable para el amor y la compañía, al negarlo, reprimirlo y culpabilizarlo se convierte algo bello en delito y, al no poder renunciar a él, se pasa fácilmente de casto a violador.

La Iglesia debe pasar por muchas revoluciones si quiere subsistir en el próximo milenio y la sexual puede que sea la más importante.

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